Pero en algún momento, sin saber cómo ni cuándo, comenzó a sentir que algo le faltaba. Aunque lograba cumplir con todo lo que se proponía, había un vacío que no podía llenar.
Un día, mientras caminaba por un parque para despejar su mente, vio algo que le llamó la atención: un anciano estaba sentado en un banco, con los ojos cerrados, sonriendo como si estuviera disfrutando del momento más perfecto de su vida.
No tenía un libro, ni auriculares, ni siquiera un móvil en la mano. Solo estaba ahí, respirando.
Clara lo observó un momento, intrigada, y finalmente decidió acercarse. "Disculpe, ¿por qué sonríe?", preguntó con curiosidad.
El anciano abrió los ojos lentamente y, con una voz serena, respondió: "Porque estoy aquí."
La respuesta la desconcertó. "¿Aquí? ¿En el parque?"
"No, aquí", dijo señalando su pecho. "En este instante, conmigo mismo."
Clara no supo qué responder, pero aquellas palabras resonaron en su interior durante días. ¿Cuándo fue la última vez que ella estuvo realmente presente consigo misma, sin dejarse llevar por su mente inquieta?
Esa pregunta la llevó a un experimento. Durante una semana, decidió hacer algo que no había intentado en años: desconectar.
Apagó notificaciones, redujo su lista de tareas y dedicó tiempo a escuchar su cuerpo, sus emociones y el silencio.
Al principio fue incómodo. Su mente, acostumbrada a estar siempre activa, no quería callar. Pero poco a poco, algo comenzó a cambiar.
En lugar de llenarse de pensamientos, empezó a notar cosas simples: la textura del viento en su rostro, el latido de su corazón, la calidez del sol en su piel. Cada sensación era un pequeño descubrimiento.
Entonces lo entendió: no se trataba de controlar su mente, sino de dejar de vivir atrapada en ella. Al darle más espacio a su sensibilidad, encontró una conexión consigo misma que había olvidado.
Cerró los ojos y dejó que sus sentidos tomaran el mando. El aire fresco acariciaba su piel, el susurro de las hojas parecía un murmullo que le hablaba al corazón.
De pronto, algo cambió. No supo si fue real o fruto de su imaginación, pero sintió una conexión inexplicable con todo lo que la rodeaba.
Una sensación cálida comenzó en su pecho, como si una puerta dentro de ella se hubiera abierto. En ese instante, las estrellas parecieron brillar más fuerte, y cada sonido del jardín -el canto de los grillos, el crujido de las ramas- le pareció parte de un todo armónico.
Era como si hubiera salido de su cuerpo, pero a la vez estuviera más conectada a él que nunca.
Una voz suave, que no provenía de ningún lugar físico, susurró en su mente: "Siempre hemos estado aquí. Solo necesitabas escuchar."
Clara sintió lágrimas rodar por sus mejillas, no de tristeza, sino de una paz que no sabía que existía. Era como si el universo entero le estuviera dando la bienvenida a un lugar al que siempre había pertenecido, pero que había olvidado.
Cuando abrió los ojos, el mundo seguía igual, pero ella no. Ya no era solo Clara, la mujer que vivía en su mente. Era Clara, parte del todo, conectada a algo más grande, más puro, más real.
A veces, buscamos experiencias extraordinarias fuera de nosotros, cuando en realidad están dentro, esperando ser descubiertas. La sensibilidad no solo nos conecta con nuestro cuerpo y nuestras emociones, sino también con algo más profundo: la vida en su forma más esencial.
Quizás, al callar la mente, encuentres un universo entero esperando ser escuchado. ¿Te atreves a sentirlo?
(Escrito por Montse y Javi de Serena tu Mente)
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