Delgada línea entre lo Ordinario y lo Extraordinario: Crónicas personales

mi historia personal de experiencias misteriosas


Desde que tengo memoria, vivo en un mundo que parece estar hecho de dos capas: la visible, la que todos reconocen como “realidad”, y otra, invisible, que se abre como un velo cuando menos lo espero. 


A veces sucede en sueños, a veces en plena vigilia. No hay avisos, no hay puertas… simplemente, de pronto, todo se transforma.


Podría decir que he viajado por lugares que no figuran en ningún mapa, que he recibido mensajes que no estaban escritos en papel y que he sentido que mi cuerpo es solo una parte de lo que soy. 


La otra parte, esa que flota, observa y se expande, me lleva a territorios donde el tiempo se detiene y la materia respira.


Lo que voy a contar no es ficción, aunque muchos lo leerán como si lo fuera. Son fragmentos de una vida en la que el misterio ha sido compañero de viaje. No tengo todas las respuestas, pero cada escena, cada visión, ha dejado una huella que me sigue hablando.




El mundo que se desdobla

Hay noches en las que, apenas cierro los ojos, cientos de figuras geométricas surgen como relámpagos en mi mente. Danzan, se entrelazan, se deshacen. Y, cuando se desvanecen, me hallo de pie en otros lugares… lugares que no sé si existen en este mundo o en algún rincón invisible del tiempo.


Sé que aún no estoy dormida. Siento mi cuerpo inmóvil en la cama, pero al mismo tiempo, me veo caminando por salas desconocidas, por calles que jamás he pisado en mi vida. Y, aun así, me muevo por ellas con una familiaridad inquietante, como si hubiesen estado siempre dentro de mí. 


Incluso el aire que respiro en esos lugares tiene aromas que reconozco, aunque en mi realidad cotidiana jamás los he olido.


No siempre es de noche, cuando lo extraño se asoma. A veces ocurre en plena calle: una súbita ligereza recorre mi cuerpo y el peso de lo físico se disuelve. No me elevo, pero la sensación de flotar es tan nítida que todo a mi alrededor se ralentiza, como si el mundo se volviera blando, maleable… y yo pudiera atravesarlo. En esos instantes, algo en mí sabe que una parte de mi ser ha dejado de aferrarse al plano físico.


En otras ocasiones, es la materia misma la que se revela. Miro una pared, una piedra, un mueble… y su forma se disuelve. En su lugar aparecen partículas diminutas, vibrando y organizándose en un patrón vivo, como si respirara. Comprendo, en ese instante, que la masa no es masa: todo está despierto, todo está vivo.


Mis noches son un territorio intenso. A veces, los sueños lúcidos me sorprenden con experiencias que no sé si llamar aventuras o viajes. Sé que duermo, sé que sueño, pero apenas percibo mi cuerpo. Cuando regreso, no siempre es suave: me siento arrojada a él, con desorientación, temblores y una niebla espesa en la mente.


Más de una vez he intentado levantarme sin conseguirlo. Las piernas no responden. Me derrumbo en el suelo. Y solo después de unos minutos, recupero el control… como si el alma necesitara tiempo para acoplarse del todo.




Mensajes en el tejido del tiempo

No todo son viajes nocturnos ni sueños.

Una tarde, mientras cosía tranquilamente en el salón de mi casa, alcé la mirada… y el aire empezó a cambiar. Primero fue una especie de niebla suave que se desplegó en medio de la habitación, como si el espacio mismo estuviera exhalando.


Después, la niebla se deshizo en millones de partículas diminutas, vibrando, sin forma definida, pero vivas. Sentí que entraban en resonancia conmigo, como un eco de algo dentro de mí.


Poco a poco, las partículas comenzaron a organizarse, a adquirir una forma. Ante mis ojos, apareció una escena completa: una fuente preciosa, de estilo árabe, en medio de un jardín radiante. El agua caía en finos hilos brillantes y el aire estaba impregnado de un perfume imposible de describir.


A su alrededor, una mujer joven danzaba. Su cabello, largo y suelto, se movía con el ritmo de su cuerpo. Vestía un traje blanco, bordado con delicadeza, y sus mangas terminaban en punta, flotando como alas.


Me quedé inmóvil, observándola… hasta que entendí que esa mujer era yo misma, sonriendo desde algún lugar y tiempo que no puedo ubicar. Quizás un recuerdo. Quizás una vida paralela.


De pronto, dos hombres jóvenes, vestidos con túnicas blancas, surgieron desde un extremo del jardín. Caminaban hacia mí con calma, con una solemnidad que parecía envolverlo todo. 


En sus manos traían un papiro enrollado, atado con un lazo dorado en forma de infinito. El mismo símbolo estaba grabado en el pecho de sus túnicas.


Yo seguía sentada en el sofá. Se detuvieron frente a mí y se inclinaron con una reverencia profunda que parecía una ofrenda solemne. No extendí mis manos, pero al aceptar el regalo con una reverencia, el contenido del papiro se grabó en mi mente… no como algo nuevo, sino como un recuerdo que siempre había estado allí, esperando ser despertado.


Y, de pronto, la escena se deshizo. La fuente, la mujer, los jóvenes… todo volvió a convertirse en partículas, que luego se disiparon como si nada. Y yo seguía allí, en mi salón, con la aguja en la mano y la tela sobre las rodillas, preguntándome si lo que acababa de vivir había sucedido en otro lugar… o en todos a la vez.




Me vi en una pirámide

Poco tiempo después tuve un sueño que no parecía un simple sueño.


Mi mente repasaba, una y otra vez, las figuras geométricas que tantas veces se habían proyectado en mi interior, como si me preparara para algo. De pronto, me encontré dentro de una pirámide egipcia. Estaba tumbada sobre una gran piedra tallada de alabastro, lisa y fría, en el centro de la sala.


Por encima de mí, en la cúpula en punta, había un pequeño orificio por el que podía ver el cielo estrellado. La luz de las estrellas caía directa sobre mi frente, como un rayo fino y vivo que atravesaba toda mi conciencia.


No había oscuridad allí dentro. El espacio vibraba. Estaba hecho de líneas y geometrías que reconocía, como si hubieran sido siempre el mapa de mi propia consciencia. No eran dibujos: eran estructuras vivas, pulsantes, que sostenían algo mucho más grande que podía comprender con la mente, pero que sentía en todo mi ser.


Entonces, una voz masculina, profunda y sin un rostro que la sostuviera, me habló:

“Eres guardiana de información muy importante, sostenida en esa geometría. La geometría que percibes no es un simple patrón: es la matriz energética que preserva lo que custodias, y será de gran relevancia para el planeta.”


En ese instante, múltiples realidades comenzaron a desplegarse ante mí, como capas de mundos coexistiendo a gran velocidad. Cada una me susurraba fragmentos de un conocimiento inmenso que apenas alcanzaba a retener.


Y, de pronto… desperté. Con la sensación de que no había regresado sola.




El hombre de negro y el tiempo ralentizado

Semanas después, experimenté algo inexplicable. La madre de Javier, mi compañero, tenía una cita para un análisis de sangre en el hospital. Me pidió que la acompañara y, por supuesto, acepté.


La sala de espera estaba repleta. Cuando la llamaron, me quedé sola, aguardando su regreso. Fue entonces cuando ocurrió algo asombroso, como un desenganche parcial de la corriente temporal.


El murmullo de la gente se fue apagando, los movimientos se volvieron lentos, casi congelados. Todo a mi alrededor se ralentizó hasta el extremo. Pero yo, a diferencia de todos los demás, me movía con total normalidad, como si mi conciencia se hubiera trasladado a un plano de observación distinto, fuera del flujo principal de esa realidad.


Asombrada por lo que sucedía, giré la cabeza. Sentado dos filas por detrás de mí, había un hombre de traje negro y sombrero. En cuanto notó mi mirada, se levantó, me dedicó una sonrisa y, con una elegante reverencia, se inclinó ligeramente, levantando el sombrero antes de abandonar la sala.


Lo más increíble fue que, tanto él como yo, nos movíamos a un ritmo normal mientras el resto del mundo a nuestro alrededor estaba casi paralizado. 


En el instante en que cruzó la puerta, el tiempo en la sala volvió a su cauce habitual. Era como si él se llevara consigo el otro compás del tiempo.


¿Cuál era el mensaje de esa secuencia que viví? ¿Como traducirlo?

El mensaje no terminó en la sala del hospital, sino que se desplegó en los días siguientes a través de un detalle persistente. La secuencia numérica 1440 comenzó a aparecer por doquier: en el reloj, en matrículas de coches, en anuncios.


El número no era trivial. 1440 es el número exacto de minutos que tiene un día terrestre (24 horas x 60 minutos). Que esa cifra me persiguiera y que la experiencia con el hombre de negro fuera precisamente una alteración del tiempo, me hizo comprender que no era una casualidad.


Era como si me estuvieran marcando que mi conciencia tiene la capacidad de entrar y salir del marco temporal "estándar" del día. Un ciclo que, para la mayoría, es inmutable.

Cada pieza del rompecabezas encajaba:
  • Los viajes oníricos y proyectivos.
  • La disolución consciente de la materia.
  • La sensación de flotación parcial.
  • Las descargas geométricas y los saltos de escenario.
  • Las escenas simbólicas con la entrega de "llaves" (el papiro y el símbolo del infinito).
  • La confirmación de mi rol como guardiana de información.

Todas estas vivencias eran una preparación. El encuentro en el hospital fue la validación de un fenómeno que ya era parte de mí, una señal de que mi conciencia opera en una frecuencia distinta a la del tiempo "normal".


“Gracias, Almas Creativas, por abrir vuestro corazón y dejarme compartir mis experiencias con vosotros.” ❤️


En este otro post, continuo desvelando fragmentos de nuevas experiencias misteriosas.



(Escrito por Montserrat y Javier de Serena Tu Mente y Habilidades para el éxito)












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