🌸 El poder silencioso de la presencia - Relato Personal



A veces no somos conscientes de lo que regalamos con nuestra sola presencia. No hace falta un gran título, ni una técnica complicada; basta con abrir un espacio para que la vida se exprese. 


Quiero contarte una historia real, una de tantas que me han mostrado la profunda necesidad que tenemos los seres humanos de ser escuchados, de sentirnos queridos y respetados. A mí me ha enseñado, una y otra vez, que los gestos más pequeños pueden hacer que la vida de otra persona cobre un valor especial, que se sienta vista y acompañada. 


Esta es una de esas historias…

Durante años tuve varios comercios de artículos de regalo. En apariencia eran tiendas normales y a la vez dinámicas: mercancías, proveedores, clientes, ventas, cuentas que pagar. Sin embargo, algo sucedía allí que iba mucho más allá del intercambio comercial. 


Había proveedores que, después de pasar un rato hablando conmigo, me confesaban que no sabían por qué, pero sentían paz y serenidad. Las conversaciones comenzaban hablando de productos, de estrategias de ventas y terminaban abriéndose a los temas más profundos de la vida.


Con las clientas y clientes ocurría lo mismo. Se paraban en el mostrador, me contaban sus historias de vida con sus altibajos, sin que yo preguntara nada. Y, antes de irse, me daban las gracias por escucharlos..., otros me daban un abrazo ya que les reconfortaba. También me comentaban que durante el tiempo que conversaban conmigo, se sentían mejor, más serenos y más livianos.


Esto fue una constante en el comercio, pero hubo un caso que guardo en mi corazón con mucho cariño. Fue el de un chico joven con esquizofrenia que vivia en un centro de acogida. 


Cada día pasaba delante del comercio y siempre iba acompañado con otra persona. Se quedaba mirando los escaparates y, al mismo tiempo, a mí. Un día pidió permiso para entrar. Yo le respondí que si .... que aquel lugar era una tienda y que podía entrar todo el mundo que quisiera. 


Este chico, no quería comprar; quería saludar y conversar unos minutos. Así, durante un año entero, a la misma hora, entraba, me daba los buenos días, hablaba cinco minutos conmigo y se iba con una sonrisa.


Una mañana no vino. Me extrañó su ausencia, porque era muy puntual. Horas después me enteré, a través de una conocida, de que se había quitado la vida. Lo hizo en silencio, sin que nadie pudiera preverlo. Sentí tristeza y al mismo tiempo gratitud por haberle dado ese espacio diario de normalidad y respeto.


Días después ocurrió algo muy extraño.
Estaba hablando con una clienta, detrás de ella había estanterías con peluches grandes. De pronto, uno cayó al suelo. Extrañada, me acerqué a recogerlo, lo puse de nuevo en la estantería y seguí conversando con la mujer. 


Sin saber cómo, el mismo peluche volvió a caer. Yo no entendía porqué se caía, ya que era grande y quedaba bien sentado en la estantería. Me acerqué otra vez… y, cual fue mi sorpresa que, al levantar la vista, vi frente a mí una silueta traslúcida. Era el chico que se quitó la vida. Era el... quien tiraba el peluche para, de alguna manera, poder comunicarse conmigo.


Me miró y me dijo: “Gracias, por haberme permitido hablar contigo todos los días sin juzgarme". Me lanzó un beso, sonrió y desapareció. Supe que había venido a despedirse. La clienta que estaba conmigo no vio nada; sólo yo pude ver su silueta traslúcida, percibir su gesto y escuchar su voz dentro de mi cabeza.


Quizás esto te haya sorprendido. Imagínate las sensaciones que viví yo en ese momento, sobre todo de sorpresa y tambien de amor.


No es la única vez que mi vida se ha cruzado con personas en situaciones difíciles. He acogido en casa a amigos que se quedaban sin techo, he escuchado historias de dolor y he visto cómo, al sentirse escuchados, comprendidos y aceptados, se transformaba su ánimo. Todos me decían lo mismo: “Aquí siento paz, serenidad”.


Hoy, al mirar atrás, comprendo que esos momentos no fueron casualidad. Eran destellos de mi propósito: ofrecer un espacio de calma y escucha, sin juicio, donde otros puedan respirar. No hay que ser terapeuta ni tener respuestas para todo; a veces basta con estar, mirar a los ojos, escuchar y dar la mano si es necesario.


Cada uno de nosotros tiene la capacidad de ofrecer un pequeño espacio de calma y escucha. No hace falta saber la solución a todo, ni tener respuestas perfectas. Basta con estar presentes, abrir el corazón y dejar que la otra persona se sienta vista y acompañada.


Quizás nunca sepamos todo lo que nuestro gesto puede significar para alguien; a veces un minuto, una mirada, una palabra amable, puede cambiar un día, o incluso la vida de alguien.


Te invito a recordar esto hoy: que tu presencia puede ser un regalo silencioso, y que la vida misma se enriquece cuando compartimos nuestro tiempo con amor y atención.




(Relato personal escrito por Montserrat y Javier de Serena Tu Mente y Habilidades para el Éxito)


Puedes seguir leyendo más relatos personales AQUÍ









Publicar un comentario

0 Comentarios