Un Relato de mi propia Experiencia
Hay momentos en la vida en los que nuestra voz se esconde, no porque falte, sino porque el mundo nos enseñó que expresarnos puede ser doloroso. Detrás de cada silencio, de cada tartamudeo, de cada temor a hablar en público, a menudo se esconde la resonancia de viejas heridas.
Este relato es un viaje hacia el origen de esa vergüenza, un camino para entender cómo el pasado moldea nuestro presente y, más importante aún, cómo podemos sanar para que nuestra voz, por fin, ocupe el lugar que le corresponde.
¿Por qué tengo vergüenza de hablar en público?
Mi vergüenza de hablar en público no es una falta de capacidad. Yo sé que tengo voz, valor y algo importante que decir. Lo que me impide hablar en público es una huella emocional profunda que quedó grabada en mi cuerpo y mi mente desde que era una niña.
Siempre fui una niña comunicativa, con una alegría natural por expresarme, hablar y compartir.
Durante mi infancia en la escuela, me encantaba conversar. Sin embargo, mi profesora de ese entonces me mandaba a callar de forma muy grosera. Cada vez que hablaba, incluso en voz baja, me obligaba a ponerme de pie frente a ella y me golpeaba la mano con una regla de madera delante de todas mis compañeras.
También me castigaba de cara a la pared. A veces, me enviaba al despacho del director, quien me castigaba de rodillas en el pasillo, con los brazos en cruz y un libro en cada mano.
Recuerdo que la clase contigua a la nuestra era solo de niños. Su profesor era un hombre antipático y grotesco. Cuando los alumnos hablaban sin su permiso, los obligaba a salir de rodillas, pasando frente a nosotras para humillarlos. A veces, incluso les daba patadas, empujándolos con violencia contra una puerta.
Quizás, esta vergüenza que siento no es un "error insuperable" en mi camino, sino el umbral iniciático. ¿Será que la vida, a través de estas viejas heridas, me está señalando el lugar donde reside mi mayor tesoro?
Si tú también sientes ese nudo en la garganta, ese temor que te calla, te invito a mirar más allá de la vergüenza. Pregúntate si lo que parece un bloqueo no es, en realidad, el mapa hacia tu propia libertad, hacia esa voz única que espera ser escuchada.
Recuerdo que la clase contigua a la nuestra era solo de niños. Su profesor era un hombre antipático y grotesco. Cuando los alumnos hablaban sin su permiso, los obligaba a salir de rodillas, pasando frente a nosotras para humillarlos. A veces, incluso les daba patadas, empujándolos con violencia contra una puerta.
Esa energía comunicadora que yo tenía, en lugar de ser acogida y canalizada, fue cortada y castigada con violencia: gritos, golpes y humillación pública, tanto a mí como a otros.
En ese momento mi mente infantil registró:
Y como los niños aprenden con el cuerpo y la emoción, esa memoria se grabó en mí como un reflejo automático. Todo esto se hiló en un patrón: mi esencia comunicadora fue reprimida, y lo que era un don natural se convirtió en un “peligro interior”.
La vergüenza que siento ahora es un eco de aquella niña que guardó dolorosas memorias de exposición, y que aprendió que hablar = castigo.
Cuando aparezca la vergüenza al hablar en público, repetiré:
“La niña que fuí tenía razón en hablar, en reír, en expresarse. Yo la honro. Yo la escucho. Yo le devuelvo la libertad que le robaron.”
Cada vez que hable, recordaré:
“No hablo para mí. Hablo para servir, para que mi voz sane, inspire y ayude a otros.”
Cada vez que esos demonios aparezcan diré:
“Mi voz es medicina. Cada vez que hablo, sano un poco más a la niña que se escondía por miedo a ser rechazada, y le muestro al mundo la fuerza de mi alma.”
👉 “Hablar es peligroso.”
👉 "Mi voz molesta, mi expresión trae dolor"
👉 “Si me expreso, me castigan y me humillan.”
👉 “Si soy yo misma, no soy aceptada.”
👉 "Las figuras de autoridad me castigan y me humillan si me atrevo a expresarme.”
👉 “Si me expreso, me castigan y me humillan.”
👉 “Si soy yo misma, no soy aceptada.”
👉 "Las figuras de autoridad me castigan y me humillan si me atrevo a expresarme.”
Y como los niños aprenden con el cuerpo y la emoción, esa memoria se grabó en mí como un reflejo automático. Todo esto se hiló en un patrón: mi esencia comunicadora fue reprimida, y lo que era un don natural se convirtió en un “peligro interior”.
Ahí se instaló la sensación de “exposición = peligro de burla y humillación”. Mi cuerpo memorizó la huida como mecanismo de defensa.
Pero esos demonios no son mios. Son memorias implantadas por adultos inseguros, autoritarios, que descargaban su violencia en los niños.
Yo no era el problema. Mi voz nunca fue el problema.
Cuando ya era una adolescente, a los 18 años, mi madre me decía cosas como "tú sin mí no eres nadie ni serás nada", en un intento de desvalorizarme y retenerme a su lado.
Estas palabras reforzaron una creencia limitante de inseguridad. Fue un intento inconsciente de control, pero sembró la semilla de “no puedo brillar sola”.
Hoy mi mente adulta sabe que puedo expresarme, sabe lo que valgo. Pero esa memoria infantil-emocional sigue activa como una alarma interna que grita; “si me expongo, me arriesgo a la humillación, a la burla y a no lograr nada”.
Cuando intento o pienso en hablar en público, mi cuerpo se activa. La memoria del ridículo y la desvalorización se enciende, y ahí aparecen mis “demonios” que hacen que me ponga nerviosa, que tiemble, que tartamudee o que me quede en blanco cuando quiero decir algo.
Pero esos demonios no son mios. Son memorias implantadas por adultos inseguros, autoritarios, que descargaban su violencia en los niños.
Yo no era el problema. Mi voz nunca fue el problema.
La vergüenza que siento ahora es un eco de aquella niña que guardó dolorosas memorias de exposición, y que aprendió que hablar = castigo.
A través de la escritura soy libre, expansiva, sin ningún tipo de vergüenza, porque no hay cuerpo expuesto.
“Esta no soy yo. Esta es la niña herida que vive en mi, que cree que exponerse es peligroso. Hoy, siendo adulta, no hay nada que temer, estoy a salvo.”
“La niña que fuí tenía razón en hablar, en reír, en expresarse. Yo la honro. Yo la escucho. Yo le devuelvo la libertad que le robaron.”
Cada vez que hable, recordaré:
“No hablo para mí. Hablo para servir, para que mi voz sane, inspire y ayude a otros.”
Cada vez que esos demonios aparezcan diré:
“Mi voz es medicina. Cada vez que hablo, sano un poco más a la niña que se escondía por miedo a ser rechazada, y le muestro al mundo la fuerza de mi alma.”
Me atrevo a creer que sí. Cada paso que doy para que mi voz ocupe su lugar es una victoria, no solo para la niña que fui, sino para la mujer que soy y que está lista para mostrar su luz a través de la comunicación verval.
Si tú también sientes ese nudo en la garganta, ese temor que te calla, te invito a mirar más allá de la vergüenza. Pregúntate si lo que parece un bloqueo no es, en realidad, el mapa hacia tu propia libertad, hacia esa voz única que espera ser escuchada.
Porque al otro lado de ese miedo, puede que te aguarde un poder que jamás imaginaste.
(Escrito por Montserrat y Javier de Serena tu Mente y Habilidades para el Éxito)
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